viernes, 10 de junio de 2011

11 de junio: ¡Feliz cumple "Juanele"!

Juan L. Ortiz.


Poeta argentino, conocido como “Juanele”. Se le considera una de las figuras fundamentales de su país, en el mismo plano singular y secreto en el que se ubica la influencia de Macedonio Fernández u Oliverio Girondo.

Nació en Puerto Ruiz (Entre Ríos) el 11 de junio de 1896 y falleció el 2 de septiembre de 1978 en Paraná (capital de la misma provincia en que nació). Pasó su infancia en las selvas de Montiel, un paisaje que marcó su poesía para siempre.

Realizó estudios de Filosofía y vivió un corto tiempo en Buenos Aires. Allí participó de la bohemia literaria de los años 20. Volvió pronto a su provincia natal, donde trabajó como empleado público y llevó una vida retirada que no le impidió ejercer una notable influencia estilística sobre las jóvenes generaciones.

Aunque integró movimientos políticos, entre otros un comité de solidaridad con la República durante la guerra civil que dividió a España en los años 30, vivió aislado del ambiente cultural de la capital argentina; sólo viajó una vez al exterior, invitado por el gobierno de China comunista.

La leyenda de su figura alta, flaca, concentrada en la observación del paisaje fluvial, trascendió más que su extensa obra, de una "espléndida monotonía", en la que identifica su espíritu con el paisaje que lo rodeó durante toda su vida.

Juanele fumaba en largas boquillas de caña y publicaba sus poemas, de versos extensos, en libros de tipografía minúscula, cuidando hasta el extremo todos los aspectos de la edición, característica que tiende a ser respetada en las ediciones actuales.

Se inició bajo la influencia de la poesía intimista posterior al modernismo para después evolucionar hacia acentos más personales, entre los que destaca un sentimiento cósmico del paisaje y un humanitarismo solidario.

Tanto los simbolistas franceses y la poesía oriental influyeron en su obra, caracterizada por la delicadeza y la disposición contemplativa, que alude siempre al río, los árboles, las inundaciones, los cambios climáticos, sin eludir la historia social de su provincia (sede de importantes frigoríficos desde comienzos del siglo XX), mostrando siempre una especial sensibilidad por el drama de la pobreza y, en particular, por los niños que la sufren en su inocencia.

Un largo poema suyo, "El Gualeguay", es a la vez una narración del paisaje y de los sucesos históricos y económicos que se produjeron en las riberas de uno de los ríos de la provincia.

Apartado de los círculos literarios, su obra tuvo escasa difusión y se publicó de manera dispersa en varios poemarios (El agua y la noche, El alba sube, El ángel inclinado, La rama hacia el Este, El álamo y el viento, El aire conmovido, La mano infinita y La brisa profunda) que en 1971 se reunieron en tres volúmenes bajo el título En el aura del sauce.

En 1969 compartió con Raul González Tuñón el Gran Premio de Honor de la Fundación Argentina para la Poesía. Completan su obra El Gualeguay y La orilla que se abisma (ambos de 1971). En 1996 la Universidad Nacional del Litoral editó su Obra completa, a la que agregó poemas, ensayos y artículos inéditos

Algunos versos de Juan Laurentino Ortiz:

No olvidéis que la poesía, / si la pura sensitiva o la ineludible sensitiva, / es asimismo, o acaso sobre todo, la intemperie sin fin, / cruzada o crucificada, si queréis, por los llamados sin fin / y tendida humildemente, humildemente, para el invento del amor...

Dios se desnuda en la lluvia

como una caricia

innumerable.

Cantan los pájaros entre la lluvia.

Las plantas bailan de alegría mojada.

La tierra

como una hembra

se disuelve en los dedos penetrantes

con una palidez de mil ojos desmayados.

Camino bajo la lluvia, todo mojado, cantando,

hacia mirajes que huyen en un rumoroso sueño.

¡Lluvia, lluvia!

Desnudez del dios

primaveral,

que baja danzando, danzando,

a fecundar la amada

toda abierta de espera, quebrada ya de ardor

amarillo y largo.

“Regresaba
--¿Era yo el que regresaba?--
en la angustia vaga
de sentirme solo entre las cosas últimas y secretas.
De pronto sentí el río en mí,
corría en mí
con sus orillas trémulas de señas,
con sus hondos reflejos apenas estrellados.
Corría el río en mí con sus ramajes.
Era yo un río en el anochecer,
y suspiraban en mí los árboles,
y el sendero y las hierbas se apagaban en mí.
¡Me atravesaba un río, me atravesaba un río!”

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